Aunque hay muchas personas que viven del cobre, desde la minería hasta la artesanía, pasando por toda la industria del cable eléctrico y las tuberías, cuesta trabajo imaginarse a alguien masticando un trozo de cobre.
Tendríamos que tener dientes de acero para poder hacer esto, sin embargo no solo podemos comer cobre sino que si no lo hiciéramos podríamos enfermar gravemente.
Pero claro, el cobre que comemos no se encuentra en grandes trozos de metal o mineral, sino en forma de sales y compuestos presentes en los alimentos que consumimos a diario.
El cobre en el contexto de la biología humana es un oligoelemento mineral imprescindible, ya que desempeña un papel fundamental en la absorción y utilización del hierro.
Del mismo modo el cobre está involucrado en múltiples funciones biológicas relacionadas con la producción de ATP, con la regulación de reacciones enzimáticas, la absorción de la vitamina C, mantenimiento de los huesos y sistema nervioso central.
Existen muchos alimentos que aportan cobre a nuestro organismo, entre otros están: las legumbres, los frutos secos, el marisco, las ostras, el chocolate negro, el hígado, el tofu, las cerezas y los cereales integrales.
Si no introducimos en nuestra dieta suficientes alimentos con cobre, podríamos sufrir enfermedades de la sangre, del sistema nervioso central y otras.
De todos modos ésto es altamente improbable ya que se encuentra, además de en muchos alimentos, en el agua potable, especialmente en lugares donde las tuberías están hechas de este material.
Como sucede con casi todos los oligoelementos, consumido en exceso, el cobre es muy tóxico, siendo la ingesta normal de entre 2 y 3 mg al día en una persona adulta.
Así, la ingesta de cantidades superiores a las que se encuentran naturalmente en los alimentos puede provocarnos una intoxicación que nos provoque náuseas, diarrea, vómitos y altere el funcionamiento de los riñones, el hígado y problemas neurológicos.
En grandes cantidades, por ejemplo 30g de sulfato de cobre, puede ser letal.